Camino por un sendero de tierra y piedras. Intento esquivar los pequeños charcos creados desde la última lluvia matutina. Algunas veces no lo consigo y empapo mis botas de barro. Trato de llegar a algún lugar donde poder encontrarme, con el deseo de conseguirlo.
En mi sendero tropiezo con un pequeño lago. El ruido de las ranas en celo es ensordecedor. Parece que se preguntan y responden constantemente. Me acerco a la orilla. Unos cañizos me impiden llegar a ella. Los aparto con las manos, lo que produce múltiples cortes limpios y sangrantes en mis dedos. Lavo las manos en el agua y pronto veo cómo se acercan pequeños peces de colores en busca de alimento. Mi presencia ha callado a las ranas. Cuando me acerco al agua veo mi reflejo. Al principio no le pongo importancia, pero me quedo mirándolo durante un rato. Un flash me obliga a retirar la mirada. Prudente y lentamente vuelvo a observar la silueta de mi rostro en el agua. Ahí estoy, he encontrado lo que buscaba... Un rostro adulterado por el paso de los años, una mirada cansada, la barba de una semana... Cuántos años han quedado atrás, cuántas imágenes grabadas en tu retina, cuántos sentimientos y deseos rotos o no con el paso del tiempo...
Al fín me he dado cuenta. Sólo tenía que ver mi reflejo en la superficie del agua para ello. Ya estoy seguro: no te busques fuera de tí, mírate en tu reflejo...
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