La Navidad es una de esas fechas que, teniendo un fondo religioso en su principio, se ha convertido en la fiesta de los excesos para unos y de la mayor sensación de pobreza para otros. Es esa celebración en la que más se notan las diferencias sociales y económicas. Es la época del año en la que el pobre se siente más pobre y el rico es... ¿más solidario?.
La última fiesta del año invita siempre a reflexionar y recordar; a pensar si pudimos hacerlo mejor o, simplemente no nos dió la gana hacerlo de otra forma; a darnos cuenta de lo infelices que fuimos con tanto y lo felices que son otros con tan poco.
La Navidad invita a pensar que dejamos atrás promesas incumplidas, seres queridos propios y ajenos, deberes y, a veces, derechos sin reconocer...
Pero acabarán las celebraciones para todos y la rutina del día a día volverá a impregnar nuestro quehacer. Volverá la hora de recoger las copas a medio beber y la comida que ha sobrado... ¡a quien le haya sobrado!.
Volverá la hora de continuar la lucha diaria por la superviviencia y darnos cuenta que la Navidad no ha pasado por muchos hogares este año. Quizá tampoco por los nuestros.