Desde un monte de pinar que ha sufrido el efecto de los últimos vientos, hemos pasado por un espacio relleno de laurisilva para luego terminar en un barranco cubierto por cardones.
Un espectáculo con tramos vertiginosos donde el camino se estrechaba menos de medio metro y te exponía un precipicio intolerable para cardiópatas.
Al final queda la sensación de haber conocido una nueva zona de la isla y conseguido la meta propuesta al inicio de nuestra ruta.
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