Decidí levantarme temprano. Eran las siete de la mañana y ya estaba caminando por las calles de la antigua Laguna. El silencio me arropaba. Lo único que llegaba a oir eran los pasos de la señora que, apoyada en su paraguas, se dirigía al convento para escuchar la Misa de siete y media. La Laguna es fascinante cuando comienza a despertar. Las casonas señoriales, patrimonio legado por los "señoritos" del pasado, nos hablan de poder, de comercio, de cultura, de religión influyente...
La piedra esculpida de las rocas volcánicas dan valor a las fachadas. El frío húmedo me cubre en mi caminar y la brisa intensifica su acción cuando cruzo entre calles.
Poco a poco nace el sol. Comienza a despertar la ciudad. Los vecinos se saludan al bajar a la panadería y hablan de las noticias que se comentan en el periódico matinal.
Ya vuelve a ser La Laguna. Cargada de gente paseando por sus calles. Los coches parando en el paso de peatones frente al Ayuntamiento. Los mayores sentados en los bancos de la Plaza del Adelantado. El ruido de las tazas en las cafeterías... Algún joven resacado, de camino a casa, pasa por allí.
Vuelve la ciudad del día a día. Ruidosa, como todas...
No hay nada como La Laguna...
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